La sal era considerada en tiempos antiguos como un producto de enorme valor, tanto o más preciosa que el mismo oro. No fue raro que de allí se originara la palabra
salario (dinero pagado con sal). La sal se usaba como condimento (
Job 6.6), en los sacrificios consumados en el altar de Dios (
Lv 2.13;
Esd 6.9;
Mc 9.49), como ingrediente del incienso sagrado (
Éx 30.35), para hacer estéril el campo de los enemigos (
Dt 19.23;
Job 39.6;
Sof 2.9), para lavar a los recién nacidos, para conservar los alimentos, etc. Es por ello que varias veces a lo largo de todo el evangelio, la apelación a la sal sea continua o constante, de forma tipológica, en textos como
Mt. 5:13;
Mr. 9.50 o
Col 4.6 entre otros. Desde tiempos remotos los judíos recogieron la sal en el Mar Muerto; alguna de esta sal era buena, pero otra había perdido su sabor. Esta última no se perdía tampoco, pues se almacenaba en el templo y cuando llegaba la temporada de lluvias, se arrojaba sobre la superficie de mármol de los atrios, para evitar o reducir el peligro de un deslizamiento o una caída. De ahí surgió la frase la sal hollada por los hombres.
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